(C) Revista Ñ
Recuerdo la clase en que lo conocí. Se había venido con un poema de Oliverio Girondo y se lo dio a alguien a leer. El muchacho o la chica, no llego a recordar quién era, desgranó el poema con una lectura vacilante, mustia... Hasta que David comenzó a recitarlo, él, con su voz de Zeus apasionado: "Se miran, se presienten, se desean,..", y el aula se convirtió en un teatro.
También me acuerdo de la vez que presentó su programa sobre Conquista, cuando los 500 años del "descubrimiento" de América. En esa ocasión, abrió con "La Argentina", ese poema inaugural que da nombre a nuestro país y que profetiza sobre sus destinos de barro, escrito por Martín del Barco Centenera:
"pues su hambre rabiosa y grande ruina
ayuda a lamentar a la Argentina." (Canto primero)
Las veces que lo encontramos en el Instituto cuando nos juntábamos con "Los Malcallados". Sus decires: el batacazo de Gardel y de Arlt, los rastacueros, los diletantes, las tolderías, los anarquistas, un halo de historia que nos llevaba a pasarnos las tardes ensuciándonos las yemas de los dedos de polvo en el Instituto de Literatura Argentina.
Una de las últimas veces que lo vi en Puán, discutía con Nicolás Rosa, otro maestro que se fue, y lo acusaba de haberse desideologizado a partir de la lectura de "tanto Lacán can can y Derridá da da". Tal fue la trenza que se armó, que Nicolás salió del aula ofendido, pegando un portazo y se olvidó un pullóver.
Lo crucé muchas veces en Corrientes, algunas veces me animé a saludarlo y otras veces la admiración que sentía por él me lo impidió.
Sé que estaba viejo, que vivía pobremente, que había regalado gran parte de su biblioteca... Me da mucha tristeza saber que ya no está.
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